miércoles, enero 03, 2007

Fin de año en el México agrario, el profundo.


San Martín, Hidalgo. Creo que la mayor parte de nosotros entiende muy bien el significado de las palabras "pueblo" y “rancho” cuando pensamos en los términos de la provincia mexicana, del campo, del mundo rural. Aunque somos chilangos de nacimiento la gran mayoría de nuestros padres o abuelos vinieron a la ciudad dejando sus pueblos y sus ranchos, concepto este último que en nuestra mente no se relaciona con las haciendas porfirianas sino con las pequeñas rancherías que giran cual satélites en torno de los pueblos, más grandes y mejor dotados.
Pues este fin de semana volví al rancho en que nació mi padre, donde pasó parte de su infancia antes de aventurarse prematuramente a la vida independiente, no sin sufrimientos y tribulaciones de todo tipo. Esa tierra fue también la de mi propia infancia, donde pasaba las largas vacaciones que en el calendario escolar de hace algunos años abarcaban dos meses enteros, un auténtico paraíso de libertad y ocio. Recuerdo muy bien como mis primos, nacidos y criados en San Martín, recibían la visita mía y de mis hermanos que venían de aquella zona privilegiada, la capital, “de México” como ellos decían refiriéndose al D.F., con una curiosidad y un alborozo desbordantes.
Para nosotros era también la entrada en una tierra de dichas, de juegos interminables, de espacio, de sol, de comida deliciosa, de montaña, caminatas, de excursiones al río, de descubrimientos interminables, cielos estrellados y nítidos, lluvias torrenciales, en fin, el imperio de la naturaleza y todos sus poderes. Era ya una tierra de niños, mujeres y ancianos, la mayoría de los hombres andaban buscando suerte ya en “el norte” pero la vitalidad de San Martín era absoluta. Hoy en día está casi abandonado, la mayoría se ha mudado al pueblo (Atotonilco) o se han quedado ha vivir en E.U. y se han llevado a la familia completa, hay casas enormes y modernas por todas partes que conviven con las viejas construcciones de adobe, alguna ya derruidas, son las casas de los “norteños” que no olvidad el rancho y vuelven cada año a vacacionar. Sus casas vacías la mayor parte del año son atendidas por los familiares que quedan, mujeres en su mayoría, que abren sus puertas de vez en vez y riegan las plantas, esas casas son el símbolo de su prosperidad y de su apego.
Siempre me gustó ese lugar, silencioso, soleado, hice con mi padre y mi hermana los recorridos que solíamos cuando niñas, las distancias nos parecen increíblemente disminuidas, aunque sean las mismas. Visitamos las tierras de mi padre, añoraba ver sobre todo una “el maguey blanco”, nombre precioso que siempre me sedujo. No es viable pensar ya en siembra, no hay quien trabaje esa tierra, falta agua y los "huizaches" se apropian malamente pero algo podrá hacerse.
En la noche del treinta y uno el cielo retumba a tiros, las descargas de pistolas anuncian el nuevo año, sin embargo, un tío dice que tal vez no sea del todo bueno, el año pasado hubo demasiados disparos y las lluvias escasearon.

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