martes, junio 03, 2008

Reunión de trabajo.

Por Darío Basavilbaso


Para Sonia


Comenzaré diciendo que llevaba algún tiempo sin probar alimento, tal vez era el cuarto día de ayuno cuando recibí una llamada que me avisaba sobre una reunión de trabajo. Yo no asistía normalmente a trabajar, es decir, con un horario y una jornada fija, trabajaba en casa, escribiendo guiones para los programas más innocuos que alguien pudiera ver. Mis finanzas eran muy variables, por temporadas tenía suficiente plata como para comer los tres tiempos en restoranes de lujo, en otras ocasiones no me alcanzaba ni para el más frugal de los alimentos. Era uno de esos momentos.
Mi estado, ese día, era lamentable; no podía hacer un leve movimiento sin que una punzada se instalara en mi cabeza y a continuación un dolor me nublara la vista, no podía ver la luz, no podía ni siquiera sostener una conversación, solamente podía mantenerme acostado o sentado en cualquier sitio, esperando que las fuerzas me llegaran del cielo. Ese día la hazaña de llegar a donde se llevaría a cabo la reunión de trabajo significaba un problema, no tenía ni siquiera la cantidad justa de dinero para abordar un autobús, desde mi segundo día de ayuno curiosas alucinaciones se instalaban en mi imaginación, por ejemplo mientras dormitaba al borde de mi mesa de trabajo pensaba que en la heladera había una cantidad suficiente de huevos y queso como para hacer un omellette, al despertar llegaba a la heladera, con una rara confianza buscaba las viadas por todos los rincones y sólo después de un rato lograba entender que la búsqueda era inútil. Ese día, que tenía que acudir a la reunión de trabajo, estaba seguro que en algún saco tenía un billete olvidado y eso me sacaría del apuro. Revisé con estúpida vehemencia cada una de mis prendas de vestir, mientras avanzaba en penoso delirio recordé de forma vaga que no hace mucho había realizado la misma operación. Desistí al poco rato, no había más remedio que iniciar un dramático peregrinaje, entonces, como un mustio vagabundo caminé y caminé.
La distancia era considerable, mi trayecto duró cerca de un par de horas, cuando llegué por fin, sentí que una calentura se había apoderado de mi cuerpo y que una fuerza exterior controlaba mi espíritu herrumbroso.
Prácticamente con mi llegada comenzaba la reunión, el productor fue el primero en hablar, nos dijo que se llevaría a cabo la realización de un nuevo proyecto documental, se trataría de la historia de una iglesia situada en un pequeño poblado del sureste, que la intención del documental era parte de los festejos del pueblo, que todo lo costearía la arquidiócesis local y que se tendría especial cuidado en los contenidos, ya que de principio a fin debía tener un mensaje religioso, los asistentes guardamos silencio, la noticia del nuevo documental nos dejaba un poco sorprendidos, a continuación tomó palabra la asistente del productor, nos dijo que los curas, los pobladores y los miembros de la iglesia nos darían todas las facilidades; de entrada, la primera de éstas, consistía en una magnifica canasta repleta de galletas de chocolate. No puedo precisar el momento en que la asistente colocó la canasta en medio de la mesa, aparecieron como un espejismo materializado y la mina, con una calida sonrisa nos invitó a degustar el regalo. Una delicada hoja de celofán cubría el preciado tesoro, nadie en un principio se animó a destaparlo, fue el virtual director del virtual documental quien descubrió el celofán, al retirar la envoltura un olor a chocolate nos aturdió a todos, yo estuve a punto de perder el conocimiento, aquel aroma era embriagador, mi pulso tembló, la sola idea de saberme poseedor de alguna de aquellos manjares era un momento de éxtasis. Calculé el contenido de la canasta aproximadamente en 40 o 50 galletas, los que componíamos la reunión éramos ocho, es decir, más de cinco galletas nos correspondían por persona, una cantidad bastante generosa por lo menos para mi. Hice una segunda operación aritmética, calcular la cantidad de calorías de cada galleta y adecuarlo a mis necesidades vitales, concluía que con tres o cuatro galletas mi organismo recobraría parte de sus fuerzas. No había terminado mi segundo cálculo cuando algunas manos ansiosas llegaron hasta la canasta, el jefe de servicios técnicos había tomado entre sus regordetes dedos tres galletas en un primer acercamiento, después de él, el asistente del director tomo una, y se la llevó con toda calma a la boca, vi atentamente como algunas migas le caían y quedaban esparcidas como minúsculos despojos de guerra en la superficie de la mesa, percibí también las otras migas, que quedaban colgadas en las comisuras de sus labios, todo comenzaba a parecer un sueño. Antes de decidirme a coger una de las galletas pensé si valdría la pena repetir la metodología del jefe de servicios técnicos, es decir asegurarme una dotación en caso de que la reserva se agotara rápidamente. Sin embargo era un cuestión difícil de solucionar, me preocupaba la impresión que causaría si tomaba varias galletas de una sola vez, quizá el productor o el director llegaran a nefastas conclusiones respecto a mi trabajo por semejante arrebato, además el jefe de servicios técnicos era un tipo gordo y feo al cual se le podía tolerar esa y algunas otras barbaridades, incluso si él mismo daba buena cuenta de la dotación de galletas, pero yo debía de ser moderado, fue entonces cuando el director dirigió su mano a la canasta, yo me quedé con la mirada fija para ver qué tanto tomaría, de cuántas colocara en su mano, resolviera el número que me correspondía. De principio alcanzó dos, pero al parecer una especie de falso pudor lo hizo desistir, antes de volver su brazo, en el camino soltó una de las galletas que volvió mágicamente a su lugar.
Esa era una nueva interrogante, el director había dado muestras de un pudor tardío pero pudor al fin, por lo tanto los demás, de alguna manera estábamos condicionados a esa iniciativa, fue entonces, cuando llegó el turno del productor, estoy seguro que mi mirada no era la única que generaba el escrutinio, el productor sólo tomó una, y no se la llevó de inmediato a la boca como hacían todos, la colocó a un lado de su papeles de trabajo y continuó hablando sobre el proyecto, yo por supuesto no le ponía atención, mi idea estaba fija en las galletas que me llevaría al estómago, fue entonces cuando una chica que estaba sentada a mi lado a la cual nunca había visto por allí, me pidió que le alcanzara una, su solicitud fue con una especie de mímica tonta –¿una galleta?- le pregunte débilmente a manera de confirmación, sin pronunciar palabra me hizo un gesto afirmativo, pensé que era un buen momento para alcanzar su galleta y tomar algunas para mi, hice la primera parte de la operación, cuando estiraba el brazo para concluir con lo que ya comenzaba a ser un martirio, el productor preguntó quién era el guionista, todas las miradas fueron como una lápida, sentí en ese momento la triste certeza de que mi ayuno se prolongaría irremediablemente hasta la inanición, de que no comería una sola galleta. Me tocaba escuchar y asentir como se hace en estos casos, pero no podía mantener la atención, la debilidad, la fiebre y un fuerte mareo me hacía largar frases incomprensibles, mi sentido auditivo se agudizó, escuchaba claramente como el resto de los presentes trituraban las masa horneada y crocante entre sus dientes, me invadió la inquietud, necesitaba saber cuantas galletas quedaban en la canasta pero no me animaba a sacarle la vista al productor, creo que él descubrió que algo malo me sucedía puesto que declaró un receso. Me recargué en el respaldo de la silla sentía como si hubiera corrido un maratón, mis fuerzas estaban en el más bajo nivel que hubiera sentido en toda mi vida, recordé con rencor mis absurdas comilonas en el suntuoso restaurante italiano, mis generosas propinas, mi disoluta existencia. La vista la tenía casi nublada, alcancé a ver que sólo la chica a la que le había alcanzado la galleta permanecía sentada junto a mí con una sonrisa burda moviendo la cabeza en todas direcciones, los demás estaban ausentes. Por un momento pensé en la posibilidad de pedirle a la desconocida me alcanzara una galleta, era algo justo, yo le había alcanzado a ella una con los últimos vestigios de mi fuerza, creo que la llamé, ya no lo recuerdo, mi voz era tan débil que por un momento sentí las palabras se negaban a salir de mi cuerpo y se rompían en mi garganta, hice un intento más, pero la chica ya se había puesto de pie y se encaminaba lejos de mí, pensé en desmayarme, hacer un papelón, despertar en una cama de hospital con suero y diagnostico de severa anemia, pensé que debía aguantar hasta lo último, pensé en levantarme e irme, pensé en tantas cosa; cuando de pronto sentí unas voces que hablaban delante de mi, dije que se había agudizado mi sentido auditivo, pues al levantar con esfuerzo la mirada, noté que el director hablada con su asistente en voz baja y escuché lo siguiente,-no me interesa para nada este proyecto, estoy esperando la llamada de X, si me llama durante el resto de la reunión te juro que largo todo, te lo juro, imagínate mi reputación dirigiendo una porquería sobre una iglesia situada en un pueblo perdido, tuve que aceptar venir porque no tenía otra cosa, pero esta mañana me ha hablado X me dijo que en el transcurso del día me llamaba para confirmar, te juro que si me habla los dejo acá como pendejos… no me importan. Quise decir algo, como si las palabras del director fueran dirigidas a mí, -comida- dije.-por favor- sentí la mirada de ambos, el director pregunto a su asistente qué me pasaba. El otro colocó, los dedos índice y pulgar delante de su boca apretando las yemas, el resto de los dedos de la mano estaban perpendiculares, entrecerró los parpados ligeramente en un gesto inequívoco de que estaba yo drogado, pero no me importó. De pronto todos volvieron a tomar asiento, fue la asistente la que reabrió el dialogo, nos habló de los honorarios, yo no puse atención cuando dijo mi nombre, estaba tratando de despejar mi vista para ver cuentas galletas quedaban en la canasta, no supe de forma cabal el número, sólo distinguía una pequeña mancha negra lo que podía significar quizá la última oportunidad de probar alimento. Me olvidé de pudores, con toda convicción estiré mi brazo derecho y me sorprendió sentir bajo la palma de mi mano una cantidad mayor a lo que esperaba, sin miramientos tomé el montón, un par de galletas resbalaron de mi mano, con la mano izquierda las devolví a mi posesión, voltee a mi alrededor con rencor, como un perro hambriento dispuesto a largar mordidas si alguien se acercaba a su alimento. Sin embargo el peso de las masas caloríficas fue mayor a la fuerza de mi mano para sostenerlas, mis dedos débiles cedieron y todas las galletas se esparcieron por la mesa, algunas rodaron más allá. Yo comencé a recolectarlas con apuro, uno de los presente (que ya no recuerdo quien fue) tomo una, al parecer, para dármela, yo no me detuve a averiguar y se la arrebaté de las manos. Tenía casi todas las galletas nuevamente en mi poder, busqué desesperadamente por la mesa que no faltara alguna. La chica que estaba sentada a mi lado me señaló con la mirada que una había caído al suelo, mi avaricia era total para ese momento, sin miramientos me fui abajo de la mesa, hice a un lado con mi mano libre los pies de los presentes para despejar mi camino. (La otra acunaba las galletas restantes sobre mi pecho). Vi la galleta pero fragmentada en varias partes, traté de reunirlas, sin embargo una sensación de desfallecimiento se apoderó de mi, todo se me nubló, con la poca energía que me quedaba traté de incorporarme, en el esfuerzo todo mi vital tesoro se me cayó, traté primero de cogerlas en el aire pero fue un error, unas volaron lejos otras se rompieron con estrépito, en medio de mi delirio me sentí un tonto, con el trabajo perdido producto de mi incontinencia y de mi hambre mortal, pensé que no sólo le darían a otro guionista este guión sino nadie más contrataría mis servicios, o lo peor, me pagarían mis honorarios con nefastas despensas,-es el guionista que se muere de hambre, démosle una bolsa de frijoles, seguro que se los comerá crudos, no importa jajaja. Sin salir de debajo de la mesa y sin que nadie me prestara atención comencé a hablar; hablé del último guión que había escrito, fue para un programa de concursos donde yo copiaba literalmente las frases publicitarias de las empresas patrocinadoras, no podía cambiar una sola letra, que era aquello el peor guión que había escrito en mi vida, que el conductor se había equivocado y que me habían echado la culpa a mi, que me disculpaba una vez más pero que no había sido mi culpa. Estuve a punto de llorar cuando un teléfono celular sonó, a partir de ese momento comenzó algo que me parecía un pandemonium onírico, sentí que estaba en Gualeguay en la estancia de mi tío, más exactamente en su establo, que los caballos se alborotaban y comenzaban a relinchar y correr en todas direcciones, yo temía por mi vida y me protegí como podía de aquellas patas asesinas. Cuando más o menos volví a mi realidad tenía la cara puesta sobre el piso, con la mejilla recargada sobre suelo. Levanté la vista y sentí que estaba solo, salí de debajo de la mesa con el más vergonzoso de los esfuerzo. Vi que ya nadie estaba en la sala de juntas, más que la chica desconocida. Le pregunté que había pasado, me respondió que el director se había ido casi sin despedirse después de recibir una llamada, que el productor trató de alcanzarlo y que hubo un pequeño zafarrancho, volteé la vista a la canasta de galletas, estaba vacía, le pregunté quien se las había terminado, me digo que todas se me habían caído a mi y que ella misma las levantó y las tiró a la basura.
El productor entró a la sala de juntas un poco agitado y con la camisa desfajada, se acercó a mi me palmeo la espalda, me dijo que me veía muy mal, que lo mejor era irme a descansar, le pregunté como había quedado el plan del documental, respiró hondamente y me dijo con severa resignación –nos hemos quedado sin director-, dijo también que él me llamaría si tenía algo para ofrecerme, pero que por el momento no había nada. Con un suave espaldarazo entre indulgente y lastimero se terminaba mi trabajo de ese día.
Agaché la vista, tuve ganas de echarme a llorar pero recordé que tenía que volver a casa caminando y hasta la última lágrima iba a ser necesaria para pegar la vuelta.

This page is powered by Blogger. Isn't yours?