viernes, enero 19, 2007

Desde La Habana, Cuba.


En el vuelo de venida a la mayor isla del Caribe, leí casualmente un artículo en La Jornada, de Carlos Fazio "Hay Fidel y revolución para rato", a grandes rasgos Fazio hace referencia a la situación política de la isla en relación a lo que algunos adelantan sucederá en caso de que Fidel Castro muera. Entre otras cosas señala la imprudencia de voces alarmistas que hablan de éxodos y desastres inconmensurables. El articulista considera, por el contrario que los procesos sociales de la revolución cubana seguirán adelante sostenidos por las estructuras fuertemente consolidadas, por supuesto y antes que otra cosa, en la gente, en el pueblo cubano, quienes están preparados estratégicamente, según señala Fazio a enfrentar en una lucha cuerpo a cuerpo (Guerra de Todo el Pueblo) incluso un posible ataque imperialista. Llegué pues a la Habana con unas enormes curiosidades de todo tipo: políticas, geográficas, culturales. De entrada el clima era lo esperado (calorcito sabroso), la fisonomía también (mujeres espectacularmente curvilíneas por todos lados, hombres de igual belleza y coquetería), y en lo político solo atinaba a intentar escudriñar en las palabras y actitudes, me preguntaba: ¿el chofer, el taxista, la recepcionista del hotel, los jóvenes que pescan de noche en le malecón, los ancianos que cantan sentados a sus puertas, los vendedores de mercado negro de tabaco y ron, están preparados para esa lucha cuerpo a cuerpo que señala Fazio? ¿Están dispuestos a llevar a cabo la defensa y la continuación de los ideales de la revolución? No tengo la respuesta, esas preguntas no las hace una turista así porque sí sin esperar recelo y desconfianza justificadas. De modo que solo podía leer entre líneas y percatarme de la politización profunda de toda esa gente ("esta es una zona estratégica", "los medios de comunicación solo especulan"). Esa gente que sabe la importancia del turismo para la economía de la isla y que ha tejido una red de amabilidad autoritaria con la que consiguen todo lo que quieren de ti, que sigas las rutas que ellos consideran mejores, que uses los medios de transporte que ellos manejan, que comas donde ellos recomiendan, etc., etc., etc. Si se trata de ser insistente, calidamente insistente no hay quien les gane. Es verdad, en las playas ves lo que algunos entendidos denominan turismo sexual (extranjeros, hombres, con preciosas mulatas); es verdad, la gente ansía artículos “de lujo” tales como jabón, shampoo, caramelos, ropa, cosméticos y te las pide por la calle (¿eso significa que ansían ser y tener lo que oferta occidente? No lo creo); es verdad, el punto de derruimiento de los edificios es alarmante, y la pobreza que se percibe en general (basta con darse una vuelta por la estación de ferrocarril, los muelles, en fin , basta con alejarse de las preciosas Plazas de Armas, de la Catedral, Vieja y San Francisco y las fortalezas coloniales para mirar como vive la gente de verdad, como en general sucede cuando en cualquier ciudad uno se aventura a las periferias) es clara y profunda, sin embargo un pueblo que sobrevive al bloqueo económico de casi cinco décadas no podría estar mejor: salud, educación para todos, apoyo a la cultura, visión hacia el futuro, eso sí, esperanza y alegría sobran. Dan ganas, muchas ganas, que el sueño pueda hacerse realidad, algún día, en todo su esplendor, por ellos, por la gente que ha resistido con las uñas, de las cúpulas no sé, de la dictadura y la disidencia tampoco, son temas que deben explorarse con mayor profundidad y conocimiento, yo les cuento lo que ví, lo poco.
AHH!!! en la Bodeguita del Medio creí tocar el cielo del sabor con las manos: moros con cristianos, cerdo, tostones y mojitos, que más se podía pedir???
http://www.jornada.unam.mx/2007/01/15/index.php?section=opinion&article=026a1pol

miércoles, enero 03, 2007

Fin de año en el México agrario, el profundo.


San Martín, Hidalgo. Creo que la mayor parte de nosotros entiende muy bien el significado de las palabras "pueblo" y “rancho” cuando pensamos en los términos de la provincia mexicana, del campo, del mundo rural. Aunque somos chilangos de nacimiento la gran mayoría de nuestros padres o abuelos vinieron a la ciudad dejando sus pueblos y sus ranchos, concepto este último que en nuestra mente no se relaciona con las haciendas porfirianas sino con las pequeñas rancherías que giran cual satélites en torno de los pueblos, más grandes y mejor dotados.
Pues este fin de semana volví al rancho en que nació mi padre, donde pasó parte de su infancia antes de aventurarse prematuramente a la vida independiente, no sin sufrimientos y tribulaciones de todo tipo. Esa tierra fue también la de mi propia infancia, donde pasaba las largas vacaciones que en el calendario escolar de hace algunos años abarcaban dos meses enteros, un auténtico paraíso de libertad y ocio. Recuerdo muy bien como mis primos, nacidos y criados en San Martín, recibían la visita mía y de mis hermanos que venían de aquella zona privilegiada, la capital, “de México” como ellos decían refiriéndose al D.F., con una curiosidad y un alborozo desbordantes.
Para nosotros era también la entrada en una tierra de dichas, de juegos interminables, de espacio, de sol, de comida deliciosa, de montaña, caminatas, de excursiones al río, de descubrimientos interminables, cielos estrellados y nítidos, lluvias torrenciales, en fin, el imperio de la naturaleza y todos sus poderes. Era ya una tierra de niños, mujeres y ancianos, la mayoría de los hombres andaban buscando suerte ya en “el norte” pero la vitalidad de San Martín era absoluta. Hoy en día está casi abandonado, la mayoría se ha mudado al pueblo (Atotonilco) o se han quedado ha vivir en E.U. y se han llevado a la familia completa, hay casas enormes y modernas por todas partes que conviven con las viejas construcciones de adobe, alguna ya derruidas, son las casas de los “norteños” que no olvidad el rancho y vuelven cada año a vacacionar. Sus casas vacías la mayor parte del año son atendidas por los familiares que quedan, mujeres en su mayoría, que abren sus puertas de vez en vez y riegan las plantas, esas casas son el símbolo de su prosperidad y de su apego.
Siempre me gustó ese lugar, silencioso, soleado, hice con mi padre y mi hermana los recorridos que solíamos cuando niñas, las distancias nos parecen increíblemente disminuidas, aunque sean las mismas. Visitamos las tierras de mi padre, añoraba ver sobre todo una “el maguey blanco”, nombre precioso que siempre me sedujo. No es viable pensar ya en siembra, no hay quien trabaje esa tierra, falta agua y los "huizaches" se apropian malamente pero algo podrá hacerse.
En la noche del treinta y uno el cielo retumba a tiros, las descargas de pistolas anuncian el nuevo año, sin embargo, un tío dice que tal vez no sea del todo bueno, el año pasado hubo demasiados disparos y las lluvias escasearon.

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