jueves, julio 12, 2012

Lencho Cani

Por Darío Basavilbaso

Para Francisco García Mikel


Dueño de un raro apodo, el distintivo de este personaje no estaba en que lo llamaran así, sino en el singular pasatiempo que lo incrustó en la mitología del barrio de Mixcoac. Quien ha recorrido esas calles añejas sabrá que algo de la tradición se resiste a la mancha de la  modernidad, que acaba con las viejas arquitecturas y las sazonadas historias.

    Seguidor del pugilismo más primitivo, este hombre, que apenas rebasaba el medio siglo, tenía la costumbre de pararse a las puertas de su vivienda y retar a los golpes a transeúntes que por allí dirigieran sus pasos. No es un afán desmitificador pero no habrá que ser tan benévolo con el buen Cani –pues por allí se habla de un guerrero consagrado-  solamente tonto no era, sus desafíos no fueron indiscriminados, dicen los que lo vieron que nuestro protopúgil gozaba de ojo clínico para elegir adversarios: no muy altos, no muy fuertes y no tan jóvenes. El modus operandi de Lencho Cani era poco ortodoxo, cuando encontraba al retador ideal lo encaraba con un tono entre burlón y agresivo y le decía simplemente: “un tiro, un tiro amistoso”. La gran mayoría de los encarados eran personas lejanas de los pleitos callejeros, por más amistosos que éstos fueran, y aceleraban el paso para aliviar la molesta cortesía. Obviamente no todos actúan con idéntico proceder. Así que varios aceptaron la invitación de Cani. Allí, en alguna de esas calles con nombre de pintor se  improvisó un ring imaginario.  Los combates, algunos memorables otros penosos, en los que al parecer Lencho Cani salía avante. Esto no significa que nuestro personaje fuera un virtuoso de la trompada, sencillamente además del ojo clínico, la presencia del Johnny –viejo camarada- era definitiva, pues cuando el combate comenzaba a decantar del lado del oponente, la mano negra, en este caso la patada negra, no se hacía esperar y de a poco el duelo iba por los rumbos que agradaban al gran Lencho.

    Así fueron muchas de las apacibles tardes del barrio de Mixcoac. La gente que sabía de la existencia del púgil, obviamente evitaba su calle. Los oponentes derrotados pocas veces o nunca pensaron en el desquite, eran definitivamente otros tiempos.

    Pero Lencho Cani no fue un héroe, ni un campeón invicto, apenas un tipejo al que le llegaría su hora

    Eran un domingo, de esos que desesperan de tan tranquilos. Lencho Cani no veía a un oponente de su altura, la mayoría de personas que pasaban delante de él eran mujeres y niños que venían del parque o del mandado. Johnny, su fiel escudero, pocas ganas tenía de permanecer a la expectativa y amagaba con despedirse. –diez minutitos carnal- suplica Cani y voltea a ambos lados de la calle con clarísima ansiedad.

De pronto a lo lejos se mira a un hombre, es un poco tarde y no se le distingue plenamente, parece joven pero también parece viejo, la ansiedad de Cani evita el obligado análisis y lanza el desafío un poco al aire.

    - Hey, tú, un tiro, un tiro amistoso-. El paseante que en ese momento se revela como un joven de esbelta figura pregunta primero si la invitación es para él, a lo que Cani responde con sobrada socarronería. El otro, con una mímica confusa, agrega que ya vuelve, lo que provoca un estertor grosero de Cani y el Johnny, pues ese argumento, lo saben, es  altamente evasivo.

    Sin embargo, los viejos amigos esperan un poco, Lencho realiza una ligera calistenia y ensaya golpes al aire. Johnny  para endulzar el proemio le habla un poco de la última pelea de Sal Sánchez a lo que el otro pone poca atención. La espera se agota, Johnny deja su lugar y por fin se despide de su amigo, con la seguridad de que mañana tendrán mejor suerte. Lencho, un poco defraudado y un poco cansado de la espera dominical entra en su humilde morada y sintoniza la radio.

    Ya dormitaba en su viejo sillón mullido cuando un golpe sólido en la puerta lo saca del sueño.  Primero piensa que el Johnny  vuelve por algún olvido, pero después sabe que no es él. El que toca la puerta es el joven de hace rato que siempre sí volvió. Cuando Lencho lo tiene cara a cara está por posponer el combate, pero el joven pregunta con tono desafiante. –¿Sigue en pie el tiro amistoso?- El viejo Lencho Cani que también cuida su prestigio, confirma. Llegan casi juntos a la desierta calle con nombre de pintor. Lencho apuesta por un ataque sorpresivo, pero su contrincante ya lo espera y responde con mayor velocidad y más contundencia.

    Creo que Lencho jamás extraño tanto a su amigo Johnny como esa noche de domingo: el combate decantó de forma casi inmediata a favor del oponente. Lo que Lencho recibió esa ocasión fue una auténtica paliza y para colmo el joven vigoroso lanzó una gentil advertencia al perro apaleando que en el piso mitigaba los dolores. -¿Sabes  por qué no me quedé cuando me cantaste el tiro? porque con las botas que traía te hubiera matado- .

    Lencho Cani dejó el pugilismo callejero y con él, una mitología de madrazos que lentamente se anula en el olvido.

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