lunes, julio 18, 2011

La sonámbula

Por Miriam Badillo

Mientras camina su cuerpo no existe. Lo que experimenta es un impulso, tal vez una zozobra anónima, oculta en alguna de las constelaciones de su cerebro, que ahora es toda su realidad y cuando despierta es sólo sueño. No existe la velocidad, pero existe el vuelo. Camina sobre una superficie que, a veces, semeja una ficha de dominó. Otras, parece espuma, algunas más, hojas de extraños vegetales gigantes o papel con viejas y duras arrugas. No hay huellas, su paso no deja ninguna huella. Tiene la sensación de deslizarse sobre la orilla de un destello o en un sartén desnudo y febril. De pronto, su camino se vuelve muelle y hay un barco que la espera. Un barco conocido que porta una extraña antena que dirige el viaje, donde recuerda haber vivido un verano ronco. Recuerda haber visto, al tocar alguna orilla, un álamo mágico. Recuerda haberse ocupado, durante la larga travesía, de la secreta enumeración de sus huesos, de la biblia de sus uñas, de la pintura rota de su rostro. Recuerda el amplio aroma del alcohol y la desaparición del amanecer.


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