martes, diciembre 19, 2006

MADRID

Madrid nunca me ha gustado, la conocí con cierto detalle hace un buen par de años y he vuelto a ella por azar. Le tengo cariño porque los nombres de sus calles, plazas, estaciones de metro etc. pueblan las canciones de un consentido de mi corazón: Joaquin Sabina.
Hoy solo tuve fuerzas para dar un breve paseo de la Gran Via (siempre bulliciosa), donde esta el lugar en que me hospedo, hasta el Paseo del Prado con la intención de ir a un museo que me encanta: el Thyssen-Bornemisza, el cual habia visitado de última hora en mi estancia enterior y al que me había prometido volver.
Lo he disfrutado enormemente. Alguna vez lei, aunque tal vez estoy malinterpretando, que los museos son testimonio de la barbarie de las civilizaciones modernas. Los objetos que en ellos se encuentran en su mayor parte son producto de invasiones, expropiaciones, trofeos de sangrientas victorias. Eso sentí en el Louvre hace unos dias. Pero es un tema que dejaré para despues, por ahora solo quiero expresar el enorme placer que sentí en medio de las bellezas del color, la forma, la textura, la sensibilidad. Entré al Thyssen con esa voluntad: dejarme envolver en la belleza, sin reticencias. Empecé a recorrer la exposicion, sin quererlo, de modo erroneo, por el medio: pintura holandesa del siglo XVII, fue lo mejor que pude haber hecho, algo recordaba de esas salas cuyos cuadros tratan escenas deliciosas de la vida cotidiana, los interiores de casas y establecimientos, la calle donde transcurre la realidad de la vida. Las líneas suaves y bien definidas, los colores oscuros y brillantes me pusieron de inmejorable humor, mi disposicion para la continuación era absoluta.
Por ahora solo quiero escribir sobre cuatro cuadros que me fascinaron, que me hicieron sentir.
* El gallo de Marc Chagall, 1928. Un enorme gallo multicolor en cuyo lomo reposa y se acurruca una muchacha tomándolo suavemente por el cuello. Este cuadro me ha hecho sentir la dulzura y las seguridades del amor materno; las bellezas añoradas de la infancia; la indispensable sutancia de los sueños para seguir viviendo.
* El viaducto de Paul Delvaux, 1963. Una calle oscura y solitaria en cuyo fondo se desliza un tren fantástico sobre un puente, todo hecho de azules oscuros. Un espejo inexplicablemente puesto ahí, en medio de la banqueta y una lámpara que ilumina las profundidades de un parque misterioso.
* Habitacion de hotel de Edward Hopper, 1931. El enorme cuadro momentáneamente solitario ( el cuadro de Balthus que normalmente lo acompaña anda de viaje, lo eché de menos!) en el fondo de la sala, cerca de una esquina, dentro de el, sola también, sola para siempre, está ella, sentada en la cama de un hotel, con la mirada puesta sobre una carta que tiene sobre las rodillas, su ropa está dispersa por todas partes lo mismo que sus maletas. La luz lateral de una ventana invisible la ilumina parcialmente...
*Gran interior, Paddington de Lucian Freud, 1968-69. La perspectiva es extraña, vemos la escena desde un angulo del techo, es abrumador: una enorme planta colocada frente a un ventanal, sembrada en un maceta a cuyo lado yace una niña de cinco o seis años, de costado, semidesnuda, la mirada perdida, alguien le ha hecho daño, un gran daño.
Por lo demás, cuando salí del museo llovía suavemente e hice el mismo recorrido para volver a mi habitación de la Gran Via, de pronto me di cuenta de que mi disgusto (inofensivo y simple) por esta ciudad viene un poco de su arquitectura tosca, recargada, las esculturas que despuntan en las alturas de su edificios que parecen puestas sin ton ni son, carente de refinamiento. Pero bueno es solo una opinión y chacun a ses goûts.

Comments:
hi, new to the site, thanks.
 
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